En nuestra comunidad educativa somos conscientes de la importancia del contacto físico a lo largo del desarrollo del niñ@, en especial en la primera infancia.
Vamos a partir de la idea de que el bebé humano, es uno de los seres vivos más inmaduros al nacer, dependemos de nuestros cuidadores para sobrevivir. Esa respuesta a nuestras necesidades biológicas va más allá, no podemos olvidarnos de las necesidades afectivas. Ese primer contacto, piel con piel con nuestra madre, nos permite generar el vínculo; y posteriormente ese contacto físico con figuras representativas satisfacerá las necesidades de nuestros peques.
En nuestra escuela infantil ese contacto se produce de varias maneras. Puede nacer de la necesidad de los peques, siendo ellos los demandantes del adulto, cuando quieren un abrazo, cuando necesitan ayuda para resolver un conflicto, para buscar calma cuando tienen sueño, hambre… o cuando por gusto echan sus brazos para que su maestra les dé un buen achuchón.
También el contacto nace de la necesidad del adulto, a lo largo del día, las rutinas se van sucediendo, y en muchas ocasiones necesitan esa mano del adulto para llegar dando sus primeros pasos hasta la clase de psicomotricidad, para llevar a la boca las primeras cucharadas, en esos “cura sana, curita de rana…”, para ayudar a lavar sus manos, e incluso para acabar la jornada con un abrazo de despedida.
Pero aunque creamos que esta relación sucede sólo entre adulto y niñ@, no es así, y es que si hay una función que tiene la escuela infantil es la de socializar, y entre iguales, suceden momentos mágicos en los que un compañero le pone el chupete a otro, o cuando unas manos se entrelazan para dormir literalmente piel con piel, hay manos que cogen papel para dárselo a una compañera que está llorando, o unas manos que abrochan un abrigo ajeno… y no podemos olvidarnos de esas manos que a veces se acercan de una forma brusca a otro, porque están aprendiendo, y porque su manera de relacionarse está “en período de prueba”, y siguen aprendiendo, con las experiencias que viven en casa, y en nuestra escuela infantil.
Dicen que un abrazo es la mejor medicina para todos los dolores, y tiene una explicación. Todos hemos vivido ese momento en el que un peque nos pide ayuda porque se ha hecho daño, su respuesta inmediata y forma de pedir, suele ser llorando; cuando acudimos a su llamada, y le consolamos, curamos, abrazamos… en muchas ocasiones ese dolor o malestar se esfuma, como por arte de magia. Es la magia de nuestro cerebro, que segrega una hormona llamada oxitocina, la encargada de producir placer, y reducir el cortisol, encargado de generar estrés… y ¡tachán!