Por Carlos de la Higuera
Escribo por mano interpuesta, escribo desde arriba, desde la cara oculta de la luna o, si se prefiere, desde el cielo, ese lugar que, como a Julián Marías, me trajo el proyecto final de mi andadura. Confío que quién escribe estas letras me conozca como yo le conozco a él. Albergo pocas dudas pues hemos presentido las ramas en flor de los almendros en la oscuridad de la noche, concitamos la presencia y alegría de los demás a golpe de tambor, con la firme convicción de dormir a la intemperie si fuera preciso; ignoramos las malas caras de los “sanchos”, “curas” y “barberos” que, en la senda o en la linde, fueron apareciendo.
Una tarde de lluvia del mes de mayo, anuncié en silencio que me iba, a iniciar el proyecto que no admite demora. Pronto tomaron conciencia de mi marcha, aquel que escribe y quien habría de sucederme en el trabajo y compromiso ante el “ancho Guadarrama”, a orillas del Embalse de Valmayor.
Allí habíamos levantado un sueño en forma de colegio, o un colegio en forma de sueño con una matrícula inicial de 1.100 alumnos, sin que estuviera asegurado el concierto educativo.
“Gredos San Diego El Escorial” era un centro que necesitaba dotarse de vida desde el principio, y no existía otra fórmula que conocer y preocuparse por los alumnos y sus familias. Hacerles sentir que son el centro de nuestros afanes y preocupaciones, participes de su andadura de crecer y aprender.
Conseguimos que ninguno fuera ajeno a su propia experiencia, que los padres compartieran el entusiasmo de sus hijos por el conocimiento, y que no se sintieran solos en los problemas de aprendizaje que pudieran surgir.
A esa tarea, fuimos dedicando nuestro esfuerzo, desde el compromiso colectivo; un trabajo de cooperación que nos hizo superar los problemas inherentes al comienzo de un proyecto. De esta forma la apuesta educativa se fue consolidando, al tiempo que iba extendiéndose su fama por los alrededores.
Me llegaron noticias de que mi sucesor, Javier de Miguel, salió airoso en el desempeño de su función y fue llevado en volandas por los miembros de la comunidad educativa como colofón a su tarea.
Bien le conocía, éramos de la misma “escuela” y tuvimos la fortuna de compartir la utopía realizable de la cooperación.