Un nuevo curso en GSD
Se ha demostrado que el colegio es un lugar seguro porque hemos puesto la mente y el corazón en todo para que así fuese.
Son las ocho y media de la mañana de uno de los primeros días de septiembre de 2021 y se abren, por fin, las puertas de los colegios Gredos San Diego. Niños y niñas se dirigen a sus aulas para reencontrarse con amigos a los que, en muchos casos, hace meses que no ven. Lo hacen con las ganas y la añoranza de volver a la normalidad y, a su vez, de vivir una nueva aventura con compañeros de siempre y con los nuevos que llegan.
Para los más pequeños es la primera vez que se alejan de sus familias y observas cómo el hilo rojo que los une se alarga hasta el infinito cuando ambos se separan; para otros, es un reto que comienza porque cambian de etapa; se sienten importantes y caminan por los pasillos con un semblante diferente y sonriente. Los más mayores, con sus ropas escogidas especialmente para ese día, son de esos alumnos que hacen que los profes se digan a sí mismos “cuánto han crecido desde que los tuve entre mis filas”.
Ha sido un comienzo intenso que se inició a primeros de mes para la mayoría de la comunidad educativa y mucho antes para los equipos directivos que debieron ponerse en marcha con protocolos y medidas a tomar según el escenario que se presentase y que aún estaba por verse antes de que comenzara el curso. En todos ellos se veía el ánimo, la ilusión y la responsabilidad.
Poco a poco parece que volvemos a la normalidad respecto al número de alumnos y al horario escolar. El cambio también se ha visto en el tiempo de recreo que los niños y niñas necesitaban junto con el espacio de juego y socialización entre ellos.
Parece que las restricciones van desapareciendo, pero el COVID sigue estando presente y en los colegios seguimos teniendo especial cuidado en respetar las medidas de higiene y seguridad. Se ha demostrado que el colegio es un lugar seguro porque hemos puesto la mente y el corazón en todo para que así fuese. Los niños, maestros de la adaptación, nos lo han puesto fácil porque ellos han sido un buen ejemplo de inteligencia y evolución. “Lo que menos me gusta es la mascarilla, pero si se me cae un diente nadie lo ve”, dice Leire, de seis años. “Yo tengo una de Capitán América que es como mi mochila”, comenta Jaime. “La mía no hay que cambiarla porque dura muchas horas”, afirma Claudia. “¿Me puedo echar de mi gel que huele a vainilla?”, pregunta Rocío.
Otro de los avances que hemos podido llevar a cabo es la apertura de las aulas de música y laboratorio. “Hemos tenido que dotar de más material y diseñar un protocolo para garantizar la seguridad porque son clases que tienen elementos delicados”, comenta Carmen Martínez; pero qué bonito es cuando cruzas por el pasillo y escuchas un instrumento o ves cómo los niños miran a través de un microscopio esperando averiguar una incógnita.
Hemos podido hacer alguna salida a un recinto o museo, “es el mejor día de mi vida” decía Mario, de siete años, durante la excursión al Museo del Ferrocarril; hemos visto algún espectáculo en el cole, han empezado algunos proyectos como Calle Naranja y, cuando sales del aula, hemos podido disfrutar de las actividades extraescolares.
Poco a poco volvemos a lo que éramos. Diseños mágicos infantiles dan vida a los pasillos, se oyen risas de alumnos yendo y viniendo, los laboratorios huelen a ciencia, los nadadores vuelven a competir y se mueven como peces en el agua, las gimnastas despliegan sus alas en el trampolín, los niños salen al patio como antes: juntos. Y juegan: juntos.
Cierto es que aún debemos mantener distancia y llevar mascarilla en algunos lugares, pero ¿quién no ha aprendido a mirar con el corazón, a escuchar con el alma, a tocar con palabras, a sonreír con un gesto, y a abrazar con los ojos?