Vuelta al espacio-lugar

Gabriel Rosa Bernáez

Michel Foucault expone en “Las palabras y las cosas” una idea brillante (entre otras) que extenderá más adelante: la heterotopía, el otro-lugar, no-lugar o lugares dentro de lugares; espacios que nos trasladan del mundo social que habitamos. Si Foucault estudia el desarraigo textual de esos lugares por los que las personas transitamos, el antropólogo Marc Augé avanza en la comprensión de esos espacios acelerados donde las personas extrañamos el comportamiento: un baño público, un aeropuerto, cementerios, autobuses; espacios físicos que nos resitúan personalmente frente a la sociedad en la que estamos inmersos y los signos de la modernidad.

Estos espacios son físicos a la vez que mentales. Para Foucault son entornos lingüísticos, jugando con la metáfora borgiana del espejo, que nos devuelve un mundo idílico pero que no es, al menos en cuanto al sentido corporal (espacial) que aplicamos a las cosas. Es un concepto útil para comprender la pandemia. El espacio urbano, desde los hogares a los parques, dejó de referenciar nuestra realidad, aquello que podemos reconocer y nombrar en cuanto lo transitamos. En los días alargados hubimos de inventar hábitos y reconstruir nuestro yo personal, que es con Heidegger un habitar. Nuestras casas comprendieron lo que somos y el resto se extendió en la contemplación de lo circundante y aquello multimediado digitalmente; y ese mundo relacional multimediado es a su vez mediado por el órgano que hace que conozcamos: el cerebro. Es en ese habitar de un espacio ajeno del cerebro desde donde exploramos éticamente. A partir de aquí apuntamos variantes individual y social, partiendo de la falta de propósito que tienen virus y naturaleza frente al sentido que le damos los humanos a la situación vivida.

En su ensayo sobre neurociencia y sentimientos alrededor de Spinoza, Antonio Damasio expone alguna de las soluciones que encontró el filósofo ante la problemática ética del existir, que pasan por ejercitar el poder de la mente para controlar las emociones de tal manera que, frente a la frustración o el desarraigo que producen situaciones que no podemos controlar, como son la pandemia y la muerte asociada -en Spinoza la muerte en término general, como proceso irreversible-, genere emociones positivas que progresivamente ocupen la negatividad. Este principio ético spinoziano, recuerda Damasio, conlleva guiar nuestra vida por la razón. Razonar para alcanzar estados emocionales más positivos -pero realistas, añadimos-. La pandemia no enseña, en sí misma, nada, pues su devenir no es trascendente sino histórico. No es prueba, causa, oportunidad; es suceso. No encuentra razón de ser más allá de la práctica personal, que no es generalizable.

Salir individualmente mejores, aprender, no es el objeto de una pandemia. La pandemia no es una acción tendente a algo, pero permite que cambiemos la forma de enfrentar la incertidumbre racionalizando nuestra vida, analizando la situación. Cambiar hábitos de alimentación e higiene, introducir ejercicio diario, dedicar tiempo a la lectura o a la contemplación son cambios que indudablemente mejoraron la vida individual de quien los incorporó durante la pandemia y los confinamientos. En cambio, a nivel social no son significativos (la sociedad no es un cúmulo de identidades personales, como se aprende en los libros de autoayuda; su realidad es sistémica, emergente, como realidad que no existe previamente en los individuos: es más que las partes que lo integran, tiene cualidades y propiedades no presentes en las personas).

Aquí enlazamos con una perspectiva comunitaria. Damasio presta también atención a la importancia que Spinoza otorga a la sociedad para la existencia ética. La ética se realiza en sociedades que permiten una vida virtuosa. La pandemia ha generado una serie de debates positivos. Ha contribuido a la esfera pública expuesta por Habermas: el debate generado sobre las instituciones de los cuidados, las educativas y sanitarias, y el lugar que ocupan en la sociedad; sobre la desigualdad en el acceso a los medicamentos entre países ricos y pobres; acerca de la desigualdad económica dentro de España; sobre el lugar que ocupa el estado propiciando la investigación científica y la importancia de la ciencia para el desarrollo de un país. Que de estos debates surja un cambio real en la sociedad a través de políticas públicas corresponderá en buena medida del tránsito que realicemos a lo físico y orgánico.

Así, mientras nos reincorporamos a un espacio-lugar desde los prolegómenos mentales que hemos construido durante el confinamiento, dotamos de significado a las instituciones y lugares por los que transitamos desde lo experimentado y aprendido. Si somos capaces de generar políticas públicas que den respuesta al debate social iniciado y nuestro habitar se hace desde la virtud, demostraríamos haber cambiado. De otro modo no habría un aprendizaje ético desde la perspectiva que mantenemos. No pasaría nada, porque como dijimos la pandemia no tiene propósito, pero habríamos sido incapaces de dotar de sentido todo lo vivido.

¿Cómo nos comportamos al ocupar nuevamente escuelas, autobuses y aeropuertos? La vida humana es un proceso social. Los lugares propician lo social. Como nos resituemos en el espacio tras la pandemia, física y conceptualmente, marcará nuestro devenir ético.

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