Paloma Estradera Bel. Departamento de Lengua de GSD Las Rozas.

Minerva, Patria y María Teresa fueron asesinadas el 25 de noviembre de 1960. Erigidas como símbolo de la resistencia antitrujillista en la República Dominicana, el aniversario de su muerte se ha convertido en el Día internacional contra la violencia de género. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), dicha violencia constituye, aún hoy en día, “una de las violaciones más generalizadas de los derechos humanos en el mundo”.  

La violencia de género opera en los planos físico, sexual y psicológico, según la misma organización, y atendiendo a estos estándares, en España fueron más de 32.000 mujeres las víctimas de este tipo de violencia en el año 2022, de las cuales 50 resultaron asesinadas. Este año, ya son 52 las víctimas mortales de la violencia machista.  

Frente a esta realidad, resulta conveniente cuestionarse cuál es el papel que la escuela debería tomar para luchar contra los contextos de violencia. El potencial poder que ejercen los colegios e institutos sobre la sociedad es evidente, pues relacionan a alumnos y alumnas procedentes de distintas realidades familiares, sociales o geográficas y puede suponer un marco propicio para el diálogo y el desarrollo del pensamiento crítico, ambas cualidades imprescindibles para la construcción de sociedades democráticas y pacíficas.  

La paz, tal y como nos demuestra la reciente actualidad, no está garantizada. La defensa de los derechos humanos parece cada vez menos importante en un contexto en el que se da por supuesto que estos existan, sin recordar que aún hoy se violan día tras día en diferentes partes del mundo. La igualdad entre hombres y mujeres -si bien está cada vez más cerca- no está garantizada cuando atendemos a las cifras antes mencionadas. Y, sin embargo, el mal ejercicio del poder y de la fuerza parecen imponerse frente a la racionalidad y el diálogo entre posiciones enfrentadas.  

La libertad y la intimidad tampoco están garantizadas. Son cada vez más los adolescentes que se enfrentan a situaciones en las que sus primeras parejas establecen relaciones de poder: revisan sus teléfonos móviles, controlan qué hacen y con quién en sus tiempos libres o crean cuentas falsas en redes sociales para sacarles información. La impunidad social ante estos hechos demuestra la normalización de dinámicas controladoras que parecían superadas y que, en las peores situaciones, son el germen de relaciones atravesadas por la violencia. 

Así, la escuela parece jugar un papel fundamental. En el libro Prevenir la violencia contra las mujeres: construyendo la igualdad (Programa para Educación Secundaria), Mª José Díaz-Aguado analiza, en distintos centros de Educación Secundaria de la Comunidad de Madrid, la realidad de los adolescentes en relación con la violencia de género y realiza una serie de propuestas que los docentes pueden llevar a cabo para prevenirla. Algunas de ellas se basan en visibilizar relaciones sanas, generar espacios de diálogo y de puesta en común de experiencias, leer textos de autores y autoras concienciados contra la violencia, romper estereotipos, asignar diferentes roles a los alumnos en trabajos en grupo o crear espacios seguros y de confianza.  

Por otro lado, el Instituto Nacional de Tecnologías Educativas y de Formación del Profesorado pone a disposición de los centros múltiples materiales y vídeos que pueden ayudar en la acción tutorial para poner sobre la mesa estas cuestiones. Como quiera que el plano digital se impone en la realidad adolescente, es interesante la campaña “Diez formas de violencia de género digital”, ya que lucha contra la naturalización de relaciones basadas en el control. Además, desde las diferentes asignaturas, se pueden abordar contenidos que visibilicen el papel de la mujer en los avances sociales, técnicos, culturales y científicos, poniendo de manifiesto el papel imprescindible de científicas como Cecilia Payne o Marie Curie, de pensadoras como Mary Wollstonecraft o de escritoras como Böhl de Faber y señalando las dificultades a las que su género les obligó a enfrentarse.  

Mejorar el mundo es posible si cada día contribuimos a que los futuros adultos sean mejores que nosotros. La comunidad educativa tiene un gran trabajo por delante y la suerte de poder ejercerlo los 25 de noviembre y el resto de los días del año.  

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