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Entrevista con Antonio Rodríguez de las Heras

Catedrático de Humanidades y director del Instituto de Cultura y Tecnología de la Universidad Carlos III de Madrid

La concertación del modelo cooperativo proporciona una base material y humana oportuna

Si hay una palabra que define perfectamente a nuestro entrevistado es la pasión por el conocimiento, el aprendizaje y el uso de las nuevas tecnologías en un mundo “enredado” como el nuestro. Antonio Rodríguez de las Heras es una persona inquieta y un gran conocedor de la sociedad “conectada” en la que vivimos, sobre la que concentra sus reflexiones. Su trabajo en este ámbito se centra en el efecto que tiene la tecnología en los cambios culturales y educativos en un futuro no muy lejano. Asimismo, desde hace años ensaya las nuevas formas de escritura que necesariamente tienen que surgir cuando el soporte es el digital y el espacio de lectura es la pantalla.

Más allá de sus inquietudes sobre las TIC y su utilización en el aula, este catedrático de Humanidades y director del Instituto de Cultura y Tecnología de la Universidad Carlos III de Madrid resulta ser una persona comprometida sobremanera con el ámbito educativo en nuestro país. En este contexto, a lo largo de la entrevista, Antonio Rodríguez de las Heras nos ofrece su particular punto de vista en temas como el modelo educativo español actual, la consecuencia de persistentes cambios de leyes educativas a lo largo de las últimas décadas dependiendo del partido político que gobierne, los centros educativos concertados, la necesidad de llegar a acuerdos que labren un pacto político por la educación, o la importancia de la innovación educativa que prepara a los alumnos para un futuro…

¿Cómo valoraría el actual modelo educativo español?

– Creo que bastante mejor que como nos lo hacen sentir la influencia, consentida y exagerada, de los ránquines educativos. Digo influencia consentida porque nos encoge una persistente autocrítica poco constructiva, de raíces históricas –no solo de nuestra educación, sino de nuestra sociedad–, de manera que quedamos sin el ánimo y la seguridad suficientes para analizar los intereses que hay detrás de los baremos… que nos «ordenan». Estamos hoy obsesionados con los ránquines de todo tipo; son a escala institucional lo que los «me gusta» a escala personal en las redes: un empeño en recibir una reafirmación externa sin, en la mayoría de los casos, replantear su validez.

La LOMCE, séptima y última ley educativa aplicada hace cinco años por el gobierno se Mariano Rajoy y actualmente en vigor, engrosa una lista que se inició en 1970 con la LGE, la LOECE (1980), la LODE (1985), la LOGSE (1990), la LOCE (2002), la LOE (2006) y la actual. ¿Por qué resulta tan complicado que los partidos políticos se pongan de acuerdo en un bien tan preciado como es la educación para cualquier sociedad?

– Precisamente por eso, porque tiene un impresionante valor social. Con ella se construye el mundo que quieres tener, así que está cargada de ideología. En tiempos de la II República, el periodista y político Roberto Castrovido escribió: «Se lo disputan revolucionarios y contrarrevolucionarios, laicos y clericales. Es natural. Toda la esencia de la Revolución está ahí, en el Ministerio de Instrucción Pública». Y en ese campo de batalla seguimos debatiéndonos.

La educación no es una fábrica, ni se montan aparatos, ni los docentes atienden una cadena de montaje

¿Cuáles son en su opinión las propuestas que deberían incluirse necesariamente en el actual modelo educativo español?

– Aquellas, que las personas expertas podrían dar forma en el modelo, dirigidas a no confundir la calidad, la eficiencia, con el control. Una interpretación industrial, productiva, de la educación empuja a que cuanto mayor control del proceso de producción mejores resultados se obtendrán. Pero la educación no es una fábrica, ni se montan aparatos, ni los docentes atienden una cadena de montaje. Cierto que es
muy comprensible que un centro, un ministerio, un estado reclamen capacidad y ejercicio de control de aquello en lo que se invierte dinero, público o privado, pero no tiene que llevar a aceptar la fórmula reduccionista de que cuanto mayor control más calidad. Hay que confiar más en los docentes. Y no tener que estar demostrando continuamente que cumplen. Naturalmente que esta entrega de confianza es arriesgada, pues los incumplimientos y las carencias pueden no detectarse suficiente y rápidamente, pero lo contrario supone constreñir las iniciativas, las ilusiones, pues todas ellas se salen del foco cada vez más estrecho de los controles. A mayor escala, para estadísticas y grandes números, los resultados pueden justificarlos, pero al nivel de las personas, de cada caso, de cada experiencia docente concreta, se ahogan, originan desmotivación. Y sin maestros entusiasmados, solo cumplidores, la máquina funciona, pero no la educación, que es un proceso a escala de las personas.

En relación con la escuela concertada, el gobierno actualmente en funciones ha afirmado que modificará los artículos 122, 127 y 135 para «recuperar el papel decisivo de la comunidad educativa en los consejos escolares» de los centros públicos y los concertados. Igualmente,
eliminará el 109.2 relativa a la demanda escolar para que la escuela pública no sea «subsidiaria de la concertada». Ello implica que eliminará el criterio de «demanda social» para concertar líneas, según la demanda. ¿Qué opinión tiene sobre el papel de la escuela concertada en España? Y en concreto ¿qué aporta la concertación a las cooperativas educativas?

– En 1974 leí mi tesis doctoral sobre un ministro de Instrucción Pública de la II República, el doctor Filiberto Villalobos. Parte del estudio se refirió a las tensiones que desde el primer momento, desde la aprobación del artículo 26 de la Constitución de 1931, atravesaron los años de la República originando crisis políticas y movilizaciones sociales enfrentadas radicalmente. Subyacía en ellas el debate ideológico y, también, la capacidad de la educación pública de hacerse con toda la responsabilidad de la educación en España. Sin la tensión, ni mucho menos, de ese tiempo histórico, no por eso deja hoy de bascular a un lado y a otro la interpretación de la función y conveniencia de lo público y lo privado en la educación. Sin dejar el Estado de cuidar que la educación no pierda su función niveladora ante las desigualdades sociales tan persistentes —algo clave para que no se agudicen desde la niñez y de manera irreparable—, la concertación con iniciativas privadas, y muy especialmente las de modelo cooperativo, proporcionan una base material y humana oportuna. A lo que hay que añadir la posibilidad de
disponer de una diversidad de interpretaciones y desarrollos concretos dentro del modelo general educativo.

Isabel Celaá, como ministra de Educación y Formación Profesional en el Gobierno de Pedro Sánchez, propuso que el gasto en educación se mantenga al margen de coyunturas económicas o alternancias políticas y que suponga el 5% del PIB en 2025. ¿Cómo valora la propuesta?

– Una sociedad moderna se asienta sobre unos valores que necesitan la cohesión del consenso político y que, por ser fundamento de esta calidad de vida, no pueden estar a merced de la zozobra de los conflictos partidistas. Estos consensos proporcionan una estabilidad social, que se echa en falta cuando, como hemos visto para otros asuntos capitales, se rompe el acuerdo de ir en la misma dirección y sentido. La
educación necesita que se preserve de esta manera.

2015: El ex ministro de Educación Íñigo Méndez de Vigo encargó a José Antonio Marina la elaboración del Libro Blanco sobre la Profesión Docente, documento que apostaba por la evaluación de maestros y profesores. Aquello no cuajó y, después de las elecciones, se creó una subcomisión del Congreso. ¿Es necesario, en su opinión, un pacto de estado social y político por la educación?

– Por las razones que acabo de exponer, mi respuesta es afirmativa.

Según datos del Ministerio de Educación, en la década que va del curso 07-08 al 17-18 aumentó el número de matriculados en FP en un 57%. Pese a este crecimiento, la FP española continúa lejos de la tendencia de los países más desarrollados. ¿Tenemos en España un síndrome de “titulitis”? ¿Qué papel juegan las empresas para lograr que la FP se consolide en España? ¿Cómo conseguir que la Formación Profesional resulte atractiva para el conjunto de la sociedad?

– Creo que la aceleración económica y social que nuestro país ha tenido en su historia reciente removió una sociedad sedimentada y estratificada desde la catástrofe de nuestra guerra civil. Y esta remoción abrió unas expectativas de promoción generacional —ahora de nuevo inciertas— ya que la educación dejaba de tener techos clasistas. Era, pues, tentador no aspirar a lo máximo. Esa aspiración, cada vez más realizable por becas, creación de centros, mayores rentas familiares, se incrustó como valor en la mentalidad de las personas. Pasadas unas décadas, el sistema se ha desencajado y la realidad del empleo apaga esa ilusión. Sin embargo, si algo caracteriza a la mentalidad es su inercia. ¿En cuanto al papel de las empresas para motivar a la FP? Quizá se responda con otra pregunta: ¿les interesa tener trabajadores al borde de la frustración, o ya precipitándose, por disponer de una educación sobredimensionada para las tareas para las que son contratados? Por otro lado, considero que solo un profundo replanteamiento de la Universidad, tan desorientada y desajustada hoy,
posibilitará que opciones como la FP esponjen. Pero esta última opinión desborda el marco de su pregunta y el tiempo de esta respuesta.

Sin maestros entusiasmados, solo cumplidores, la máquina funciona, pero no la educación, que es un proceso a escala de las personas

¿Qué modelo de escuela pública necesitamos?

– Aquel que permita cumplir mejor uno de los objetivos irrenunciables de la educación: y es el de niveladora en un mundo de desigualdades. En cualquier momento y circunstancias la educación debe procurar nivelar las posibilidades de formación intelectual de las personas, garantía de su dignidad, tan afectada por la desigualdad sobre la que se levanta nuestro mundo. No se puede perder en la educación pública este objetivo esencial.

¿Qué papel tiene la innovación en el desarrollo y evolución de la educación?

– La innovación es la forma de salir del presente. Y como la educación no tiene que limitarse a preparar para el presente a una generación que va a vivir en el futuro, entonces innovación y educación son inseparables. Sin olvidar que el futuro no es porvenir, sino “por-hacer”. Todo un reto para la educación.

¿Cómo están cambiando las nuevas tecnologías a la actual comunidad educativa?

En cuanto que su aplicación revela, por amplificarlas, las carencias que tiene el sistema educativo. Puede parecer desconcertante y contradictorio, pero realmente es muy beneficioso, ya que hace ver la profundidad del cambio necesario.

La innovación es la forma de salir del presente. Como la educación no tiene que limitarse a preparar para el presente a una generación que va a vivir en el futuro, innovación y educación son inseparables

Los Premios INNE de la Fundación GSD reconocen públicamente el trabajo de los centros educativos que desarrollan nuevos métodos y actividades para mejorar el aprendizaje académico y social de los alumnos. ¿Cómo incentivar a los centros educativos para que desarrollen
nuevos métodos pedagógicos que mejoren los resultados y la motivación del alumnado en el ámbito académico?

– Participo desde el primer año en el jurado de estos Premios, y me siento muy honrado, a la vez que estimulado. ¿Por qué estimulado? Porque la respuesta a cada convocatoria me hace ver lo que los números, las estadísticas, lo ránquines no me permiten: y es el potencial que hay en lo pequeño, en un lugar, en un grupo discreto de personas que enseñan y que aprenden. Y a esa escala es donde realmente se da el trabajo transformador de la educación. Así que estas convocatorias son, más que un reconocimiento, una revelación. Por tanto, un hacer ver a la comunidad educativa dónde está el poder del cambio y en dónde y en quienes hay que confiar.

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