Hace ya seis años que Gredos San Diego llegó a un acuerdo con la Dirección General de Becas y Ayudas, para gestionar el Servicio de Apoyo Educativo Domiciliario para alumnos de colegios privados que requieran este servicio; para los colegios públicos es la Consejería de Educación de la CAM la que los gestiona.
Este servicio va destinado a todas las familias que tengan algún hijo con enfermedades o dolencias que les impidan una escolarización normal en el centro educativo, ya sea por tratamientos médicos, medicación, terapia, etc. Daniel Jareño – director de Educación de GSD – nos cuenta el proceso para conseguir dicho servicio “si algún alumno está en una de esas situaciones, su familia debe, apoyada por el Departamento de Orientación del alumno, solicitar este servicio a la dirección de Área Territorial que le corresponda; este Área nos envía a nosotros las solicitudes, se analizan, y si se cumplen los requisitos para formar parte del programa, entramos en contacto con la familia y con su centro”.
Con este último para ver las programaciones, el momento educativo en el que se encuentra el solicitante, exámenes, etc. Y el contacto con la familia es desde el punto de vista emocional, tan o más importante, que el primero. GSD busca, y selecciona entonces, a los profesores que más se adecuen a las necesidades y al perfil del alumno. El Servicio cuenta con personal adecuado y especializado entre los que se encuentran varios docentes de GSD. El trabajo va más allá “de dar clase, buscamos gente que tenga experiencia desde dos ámbitos; por un lado, el educativo y por otro el emocional. Estamos preparando, nos cuenta Daniel Jareño, un guía para dar una formación complementaria a todos los docentes desde un punto de vista de inteligencia emocional”
“A los profesores, recalca Ana Belén Sánchez Vigo directora Junior de Educación, hay que darles herramientas para que aprendan a afrontar situaciones, que pueden ser complicadas”
“Es fundamental, continua Jareño, definir con la familia el horario de clases para que el alumno sea atendido y se acomode lo máximo posible a las circunstancias médicas que tenga. Mañana o tarde, horas continuadas o alternas, lo que mejor se adapte; es un programa a la carta para el alumno”. Este año, como a todo, el COVID también ha afectado al SAED. Ante esta situación “hemos empezado a hacer la atención de manera telemática” nos cuenta el director de Educación de GSD.
Normalmente GSD ha gestionado, durante estos seis años, una media de 10 alumnos por curso necesitados de este servicio. En este 2020/21 son nueve, de los que tres pertenecen a primaria y, los seis restantes, a secundaria y bachillerato. Según la etapa que cursen tienen más o menos horas a la semana, de 6 a 8 horas en Primaria, 9 horas en Secundaria, y 4 horas en bachillerato, más orientadas como refuerzo.
Las familias están encantadas con el servicio. “El hecho de que un niño pueda tener una rutina cuando, ya, su mundo se ha visto alterado, que tenga que conectarse con su profesor, que tenga una tarea… eso, desde el punto de vista emocional – asegura Ana Belén – les proporciona a los chicos y chicas una estabilidad que necesitan; y a los profesores, la enorme satisfacción, de estar colaborando a que se acerquen a la normalidad”.
Es un ejemplo más del trabajo realizado por toda la familia que forman los Colegios GSD. Ningún joven debe quedarse sin educación; es la mejor forma de mejorar la sociedad.
SAED como profesor
“Al principio se hace duro. El primer día no quise ni preguntar, cuando la madre de mi alumno me dijo que no habría clases porque se tenía que ir al Hospital. Cuando su tratamiento se lo permitía la habitación del Hospital se transformaba en aula; se conectaba y, medio sentado en su cama, recibía la sesión. Creo que le he dado más clases en el Hospital que en su casa. La fuerza de voluntad de mi alumno me ha dejado sorprendido”.
Al principio, como es lógico, manteníamos la distancia. Era mi primera vez como profesor de SAED. Poco a poco fuimos cogiendo confianza, y ahora es una relación realmente afectiva. Es una maravilla; me emocioné sinceramente el primer día que me dijo “oye profe”, ¡se había roto una barrera, un muro que parecía insalvable! Eso me dio pie a mí a decirle “que pasa, estás que no te enteras”; llegamos a esa confianza. Él necesitaba ese acercamiento.
Ahora estamos trabajando con mucha intensidad; pero como te decía, al principio no fue nafa fácil. En los primeros pasos trabajábamos durante la sesión y luego le pedía que hiciera trabajos para verlos en la siguiente. Nada, resultados pésimos. Hablé con su tutora y con su madre – con ambas la relación es fluida y muy buena – y la tutora me aconsejó que hiciera los trabajos durante la sesión; así lo hice y, el resultado, cambió radicalmente. Dejábamos los trabajos hechos durante la sesión; ya no le mando tareas “para casa”.
El trabajo tiene ahora una enorme intensidad, nos conocemos bastante bien. Mi alumno tiene muchas más ganas de trabajar y él mismo, es consciente de estos avances. Y todo esto a pesar de que hay semanas en las que no puedo contactar con él por sus tratamientos hospitalarios y las pruebas que le tienen que hacer; y hay alguna de estas con son muy duras y le dejan tres o cuatro días hospitalizado.
Independientemente de esto, es una experiencia gratificante para un profesor; estoy enormemente satisfecho y orgulloso de él, de su trabajo y su esfuerzo.
SAED como familia
Son las 10:30 de la mañana de un lunes, y me permito el lujo de colarme, telefónicamente y como un intruso, en el quehacer de un día cualquiera en la casa de Diego.
Alexandra es su madre; él un joven que – a sus 17 años – está cursando el bachillerato gracias al SAED. Por razones que no vienen al caso, no puede asistir de manera presencial a las clases. Desde que Diego recibe este servicio las cosas han mejorado enormemente. “Nos ayuda mucho –asegura Alexandra- ahora Diego tiene la oportunidad de estar cerca de una persona que le ayuda, que lo entiende y que no le juzga, como hacían antes; es un joven un poco nervioso y cohibido, y la gente le ponía la etiqueta. En muchas ocasiones prefería quedarse con la duda a preguntar; ahora ya no es así”.
Por el tono de voz, a través del teléfono, se la nota tranquila y con ganas de contar la experiencia que supone ver la evolución de su hijo desde que está recibiendo las clases de esta forma. “Está más tranquilo, mucho más centrado, y más maduro. Incluso está deseando que lleguen los martes y viernes para tener sus clases y estar con sus profesoras. Gracias a este servicio – continua Alexandra – te dan, les dan, a los chicos que tienen ciertas dificultades para asistir a clase, la oportunidad de seguir estudiando”.
Alexandra recuerda como en “el curso anterior, el pasado año, faltó durante todo un mes y no pudo hacer nada durante todo ese tiempo, con lo que eso significa de retraso con el resto de sus compañeros. Ahora, se ha notado una evolución considerable y muy positiva”.
La madre de Diego me da la oportunidad, si quiero, de hablar con él; como no podía ser de otra forma le dije que sí; que encantado de saber de primera mano los efectos de este servicio. Con un tono de voz alegre y potente, Diego me suelta a bocajarro y con mucha humildad “al principio pensaba que esto no valía la pena. La primera semana fue terrible, pero eso fue por mi culpa”. No hizo falta hacerle la siguiente pregunta “Cuando probé, me gustó mucho; las clases son muy intensas, son solo dos horas, pero cunden muchísimo. He mejorado mi expresión gracias a la profesora de lengua; he mejorado en todo gracias a estas clases”.
La respuesta a mi última pregunta despeja todo tipo de dudas, ¿crees – pregunto – que este servicio es bueno, se lo aconsejarías a personas que estén en tu misma situación.
“¡Sí! ¡De verdad! Pienso que todos los que estén como yo deberían hacerlo”
Sobra cualquier comentario por mi parte.
Gracias Diego.
Gracias Alexandra.