Ana Trincado Castán

Querida Humanidad:

¡Cuánto te ha quitado la pandemia! ¿Verdad?

Debió de ser duro comprender que hábitos tan comunes que incluso llegaste a considerar derechos, como ir a donde desees, estar con quien prefieras o recibir la educación que, se supone, quieres, no eran más que privilegios -de los cuales una parte de ti (la parte que prefieres ignorar) ni gozó entonces, ni ahora puede gozar-. Hubo de ser difícil asimilar que estos no fueron acontecimientos necesarios o fijos, que simplemente se repiten, sino oportunidades de dicha que no supiste aprovechar.

Seguro que tan desconcertante como ver desmentida esa posición de superioridad frente al resto de especies en la que te habías colocado, al mostrar la falsedad que suponía creerte inmune a la voluntad de la naturaleza; o como entender que el mundo sigue adelante sin ti, igual o incluso mejor de lo que lo hacía contigo, probándote lo innecesario que eres.

Desde luego, dolió comenzar a valorar la comodidad en la que vivías una vez ya la habías perdido. Igual de duro que será comprender que no valoras la comodidad en la que te encuentras ahora, porque te es más fácil engañarte o hundirte en el anhelo de la felicidad pasada -que ignora el dolor que estás sintiendo- o de la futura -que ya lo habrá olvidado- que apreciar el presente. Te parece imposible afrontar la situación caótica y azarosa de tu entorno y ser feliz simultáneamente, pues la única felicidad duradera que has experimentado ha sido la de la infancia, que surge de la inconsciencia y de la despreocupación, y que, por lo tanto, aplicada en la actualidad te arrastraría al egoísmo, haciendo inviable el funcionamiento de la sociedad, pues sin individuos consecuentes con su contexto, los fallos, los problemas y las carencias de este nunca podrán ser reparados, sino solo agravados. No obstante, aquellos que se vuelcan sobre estas circunstancias desgarradoras, se condenan al sufrimiento al encararse al dolor y a la injusticia, sabiendo que luchan solos, sin el respaldo de los que prefirieron encerrarse en la ignorancia, y siendo conscientes de que sin ello su trabajo no llegará a alcanzar su fin.

De esta forma, intentando encontrar un término medio entre la única felicidad de la que has gozado y el hacerte esclavo absoluto del civismo, has basado tu bienestar en seres externos a ti: en otras personas, en bienes materiales… Con las que has pasado a definirte, y que te han permitido alcanzar una felicidad efímera, que no termina de satisfacerte, pero que es tan fácil de obtener que prefieres conformarte con ella, e ignorar que puede abandonarte en cualquier momento, ya que su origen, en vez de ser sólido y permanente, es caduco, y puede serte arrebatado, como te ha mostrado la pandemia.

Por lo que te pregunto: ¿Qué sentido tiene esta concepción de felicidad a medias?

¿Cuál es el fin de perseguir la felicidad si solo algunos pueden tenerla? ¿Cómo vas a ser completamente feliz si el sistema en el que vives no te da tiempo para germinar el bienestar y fomenta que te apoyes en elementos que el mundo te quita? Quizás debas comenzar a cuestionarte la realidad en la que habitas y el modo en el que lo haces, pues la forma que tienes de definirte, y de definir la felicidad, no encaja con el mundo en el que vives. Como te ha demostrado la COVID-19, lo único asegurado en las vidas humanas es la propia existencia del individuo. Por ello, carece de sentido concebirnos como seres incompletos, que necesitan vincularse a elementos externos para ser felices, en vez de serlo por nosotros mismos, cuando en soledad podemos encontrar todo lo que necesitamos para ello.

No obstante, esta desvinculación e independencia hacia lo externo no implica rechazarlo o abstraernos en nosotros mismos, pues ello nos retornaría al egoísmo infantil que ya te he mencionado; sino que supone comprender a cada humano como un todo en sí mismo, que no se define por lo que posee, o por su compañía, y que al entenderse como tal, se ha enfrentado a la realidad, desprovisto de intereses, comprendiéndola de forma objetiva, distinguiendo entre lo que tiene y lo que no, para aprender a apreciarlo; y lo que debería o no tener, detectando lo que ha de ser cambiado y lo que escapa a nuestro control, para comprometerse con la transformación de lo primero, y aceptar lo último. Así pues, te propongo renovar el concepto que sostienes de felicidad, sugiriéndote uno modelado puramente por el propio individuo, ya que ¿Dónde está el sentido de que te digan como sentirte, si no pueden hacerte sentirlo? Reconcíliate con tu propio ser, para aprender de él y con él, para hacer de este tu hogar, donde puedas vivir sin miedo en el presente, afrontándolo con la seguridad de que lo único que no te puede quitar (tú propio “yo”), es lo único que necesitas para disfrutar, pues el ser humano, antes de ser un zoon politikón, ha de ser. Simplemente ser. Para poder vivir en la felicidad, como individuo, y en la sociedad, como motivo de progreso.

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