Raúl Sánchez Sanz

“El primate que jugaba a Dios”

Somos una especie la cual se ha ido alejando cada vez más de nuestras raíces naturales, parece que nos avergonzamos de lo que realmente somos, una simple especie animal, una que no es indestructible ni nada menos. Sin nuestro desarrollo cognitivo no hubiéramos llegado a nada y seríamos otro animal en La Sabana esperando a que una hiena terminara de comer para poder alimentarnos a base de los restos del león que es dueño de todo ese terreno, al cual nadie jamás le discutiría su puesto como especie dominante y reina.

Y se puede hacer un símil entre ese león que ve su poderío inquebrantable y una especie que ahora mismo domina el mundo con arrogancia y aires de superioridad, esa especie que va destruyendo todo lo que tenga a su paso. Una especie que si por ella fuera vendería a sus progenitores con tal de conseguir todas sus ambiciones y que, a pesar del crecimiento exponencial que vivió tras el neolítico y el verdadero crecimiento que supuso vivir dos grandísimas revoluciones industriales, no aprendió nada realmente de lo que le rodeaba. ¿No es así como se da un desbalance medioambiental? La historia nos ha enseñado que se producen mecanismos de manera natural como son las grandes epidemias que hemos sufrido durante los últimos siglos tales como la peste, la cólera o el ébola. No aprendió que tras ver temblar los cimientos de la civilización tal vez debería de frenar su sed de expansionismo y cambiar su visión sobre el mundo y la vida.

Hoy, dos años después de recibir un golpe de realidad y humildad debido al COVID, nada ha cambiado. Durante los meses que estuvimos en casa los animales regresaron a las calles de muchas ciudades al no tener que sufrir a esa especie invasora que les ahogaba constantemente. La capa de ozono y el aire se renovaron. En definitiva, la Tierra tuvo unos meses de descanso de su propio cáncer que poco a poco la va matando. Puede que esta pandemia fuera uno de sus recursos, una quimioterapia propia para salvar su vida y nuestro único hogar.

Tras esto, la gente parecía decidida a cambiar, gente que por fin había visto las orejas al lobo. Pues, aun así, nada más las defunciones comenzaron a bajar el homo sapiens dejó a un lado la lección de humildad recibida y volvió poco a poco a su faceta más arrogante. Una faceta que nos permite realizarnos una gran cuestión acerca del futuro de la especie y si deberíamos de seguir es y globalizándonos ya que en gran parte la expansión de esta pandemia no ha sido más que por la sencilla razón de nuestra comunicación entre sociedades.

Mucha gente piensa que esta crisis sanitaria no ha sido más que un producto de un laboratorio, algo que realmente nunca sabremos. Si lo pensamos, sería una acción cruel, pero, viéndolo desde un punto de vista incluso cínico, es una medida necesaria ya que el mundo cada vez camina al colapso de la mano con nuestra expansión como especie. Ahí es donde yo me pregunto y pregunto a la persona que esté leyendo esto: ¿Sería ético eliminar a gran parte de la población con el fin de conseguir el beneficio para la especie? Busco muchas veces la respuesta, pero es una cuestión que todo el mundo debería de plantearse y que mucha gente no respondería debido a que sus pensamientos serían políticamente incorrectos y todas esas excusas que hoy en día usamos para intentar censurar realidades que no queremos realmente aceptar y que nos podrían llegar a avergonzar de ser liberadas de nuestra propia mente.

Desde mi punto de vista esta no sería la solución ya que, ¿cómo se elegiría la gente que va a morir? ¿Valdrían lo mismo las emisiones que produce un humano que vive en el bosque que la del político al que admiramos, pero que contamina cada vez que usa el coche? Para solucionar este problema demográfico y medioambiental nombro al autor filosófico Carlos Taibo que defiende que para lograr un crecimiento de la población sin llegar a medidas tan drásticas como el asesinato indiscriminado de la especie deberíamos de reducir la cantidad de bienes y objetos que consumimos y producimos, por lo que nuestra calidad de vida tal y como la conocemos hoy se reduciría en gran parte.

Y aquí entra otra pregunta que deberíamos hacernos todos, ¿estaríamos dispuestos a reducir nuestra calidad de vida por un bien común sin saber si dará resultado? Pues la respuesta es sencilla. Claramente no.

El humano lo intentaría durante un tiempo, pero nos podría nuestra codicia y arrogancia otra vez y sucumbiríamos a nuestras más infames facetas. Las sociedades colapsarían, se producirían guerras y altercados hasta volver a la sociedad actual, pero con menos libertades seguramente ya que aprovecharían esta caída para construir una nueva en la que fuéramos esclavos.

Pues visto así el futuro de la humanidad pinta bastante oscuro y la verdad nos quedan pocas opciones.

Sea como sea parece que el fin de la civilización se acerca y no será más que por nuestra arrogancia y creencia de ser seres superiores.

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