Alumnos de Escuela de Ocio y Tiempo Libre de GSD hablan de sus experiencias en diversas entidades
Los protagonistas de este reportaje sirven de espejo en el que mirarse. Jóvenes participativos con valores e inquietudes que han pasado por la Escuela de Ocio y Tiempo Libre de GSD y quieren mejorar la sociedad. ¿De qué manera? Desarrollando tareas de voluntariado en diversas entidades, demostrando que cada uno de nosotros puede aportar su granito de arena ayudando a los demás. Porque todos podemos ser motor de cambio.
“Somos una mota de polvo suspendida en un rayo de luz del sol”, apuntaba el divulgador científico Carl Sagan. Y, sin embargo, dentro de nuestra insignificancia en la inmensidad del mundo global, cada uno de nosotros puede convertirse en “una pequeña gran superpotencia”, recordando al escritor Saramago. Porque juntos sumamos. Todos a una, Fuenteovejuna. El grano de arena individual se convierte en una montaña colectiva. Y un acto de generosidad, un gesto, una mano amiga cuando alguien lo requiere, acaso sea el primer paso compartido para un camino más llevadero y apacible. Para construir una sociedad mejor. Nadie dijo que la vida fuera fácil. ¿Y quién proclamó que la juventud está adormecida?
Voluntariado como motor de cambio
“Hay que recalcar la gran solidaridad y participación de los jóvenes”, apunta Marisi Pérez, coordinadora de la Escuela de Ocio y Tiempo Libre de GSD. La docente subraya que, frente a la imagen generalizada de chicos y chicas despreocupados y adocenados sin apenas iniciativa, existen miles de perfiles ejemplares. Voluntarios que reman en la misma dirección. “Nos une el mismo proyecto, que es subirnos a la espiral de la solidaridad, contribuir a la sociedad, al cambio”, sostiene. “El voluntariado lo definiríamos como lograr que algo cambie, dar tiempo a alguien que lo necesita, ser desinteresado, altruista. Y, partiendo de esto, seguro que cada uno encuentra un voluntariado acorde con sus capacidades”.
Todo empieza en la Escuela de Ocio y Tiempo Libre de GSD. Allí se forma a los alumnos para obtener un trabajo remunerado como coordinadores o monitores, especializándose en tareas de ámbito sociocultural, socioeducativo o sociodeportivo, pero se insiste especialmente en los valores de respeto, igualdad y cooperación acordes con el proyecto pedagógico GSD. La empatía, la tolerancia, el intercambio de experiencias o la inquietud por cuidar el planeta que nos ha tocado vivir son algunas líneas maestras de un curso que nadie olvida. Porque, como cuentan los protagonistas de este reportaje, cuando uno siente la importancia de lo que está haciendo, ya no hay marcha atrás. Y ayudar a los demás no tiene precio.
El voluntariado no solo implica un cambio social en nuestro entorno, sino un enriquecimiento personal. Es una actitud. Una forma de ser y observar las cosas. Un lazo con el prójimo al alcance de cualquiera. Porque sí: todos podemos aportar nuestra valía tanto dentro como fuera de una organización. Siempre se pueden dedicar unos minutos a la solidaridad. Tiempo, esfuerzo, afecto, preparación… Podemos ser, en efecto, “una pequeña gran superpotencia” para alguien.
Jóvenes con valores
Si algo tienen en común los voluntarios que nos acompañan en este encuentro para Cuadernos GSD es, aparte de su vinculación con la Escuela de Ocio y Tiempo Libre de GSD, la vocación de colaborar y tender puentes con la sociedad desde sus diferentes proyectos.
“Estamos conviviendo más de cien personas y cuando llegué me impresionó bastante”, confiesa Beatriz Moreno sobre su experiencia con un grupo scout de Vallecas. Estudiante de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, tiene 22 años y ha hecho TAFAD en GSD Las Suertes, donde trabaja impartiendo algunas clases extraescolares. Como voluntaria, destaca las reuniones entre coordinadores y con otras asociaciones, además de la capacidad de organización en equipo de todo el personal. Valora mucho la disciplina a la hora de repartirse las labores en conjunto. “Recoger, limpiar y ese tipo de cosas para fomentar la participación de todos y la convivencia”, aclara.
En su caso, aquí facilitan mucha formación a los chavales para que afronten situaciones cotidianas: “Al principio, estuve volcada con las redes sociales, fomentando su buen uso… Y desde diciembre hasta el verano estamos abordando temas sobre el cuerpo humano o enfermedades de transmisión sexual”. Asimismo, comenta que cada niño que llega a la escuela dona 50 céntimos para una causa benéfica, como Juegaterapia.
Y, poco a poco, también ahorran para programar excursiones “a un museo o al Parque de Atracciones… Algo que ellos quieran”. “En cuanto a las actividades, son bastante lúdicas para que no sean sesiones aburridas”, concluye, agradecida por este aprendizaje singular a través de una experiencia pragmática que recomienda a todos. En este sentido, el grupo scout es una de las apuestas que quiere implementar la Escuela de Ocio y Tiempo Libre de GSD. Un reclamo vivencial y didáctico.
Desde la Subdirección General del Voluntariado, Cooperación Internacional y Responsabilidad Social Corporativa de la Comunidad de Madrid, también Oficina de Atención al Refugiado, nos atiende Laura Pérez. Quien fuera alumna de GSD Las Suertes presume con alegría de venir “de la generación del 94, creo que la primera que completó de principio a fin las etapas en el centro”.
“Fue todo muy grato. Tengo muy buenos recuerdos, en general. Fue toda una vida rodeada de mi segunda familia: mis amigos y los profesores”, indica. En 2012 fue a la Autónoma, donde estudió Psicología hasta 2016. Laura siempre quiso ser voluntaria desde la adolescencia. “Se lo decía a mis padres, que quería irme a África o a campos de trabajo”.
¿Y por qué ser o no ser voluntario, esa es la cuestión? “Creo que no hay que tener una motivación concreta para hacer voluntariado”, responde. “No es necesario saber qué acción hacer, a qué colectivo dedicarte… Tienes que tener claro que de tu tiempo de ocio sacarás un poquito para otros. Y que, al fin y al cabo, te lo dedicas a ti mismo”.
“Hay muchísimas opciones. Hacer un curso de estas características en tu propio colegio te abre muchas puertas. Te permite reflejar otra parte de ti mismo entre tus aptitudes. Es algo muy positivo”, zanja. Su trayectoria en el llamado “tercer sector”, el de las ONG, pasa principalmente por ayudar a menores en riesgo de exclusión social, pero también a personas con discapacidad. Desde Vallecas a Vicálvaro, desde Mensajeros de la Paz en Tirso de Molina hasta su actual ocupación en la Comunidad de Madrid, la otrora alumna de GSD Laura Pérez pide “seguir así muchos años” porque se siente feliz. “Siempre he estado vinculada al concepto de justicia social”, resume. Nadie dijo que la vida fuera fácil. ¿Y quién proclamó que la juventud está adormecida?, reiteramos.
“Cuando uno siente la importancia de lo que está haciendo, ya no hay marcha atrás. Y ayudar a los demás no tiene precio”.
Un espejo en el que mirarse
Más testimonios. En las oficinas de GSD se ha reunido una cantera modélica de cuatro voluntarios, dos varones y dos mujeres que no se conocen entre sí, pero que guardan raíces idénticas por su altruismo y por haberse cruzado con Marisi Pérez, coordinadora de la Escuela de Ocio y Tiempo Libre de GSD. “Si conoces a Marisi, ya no te separas”, bromean. Eso le ocurrió a Leticia Borrego, gaditana de 21 años y residente en Madrid tras llamar a GSD. “Conocí GSD buscando cursos de monitora en varios colegios. Llamé y dije que me vendría de Cádiz a Madrid para hacer algo relacionado con personas discapacitadas porque desde pequeña he cuidado de una tía mía con discapacidad intelectual. Hablé con Marisi y me puso en contacto con Adisgua, en Guadarrama”. Allí lleva ya unos tres meses como voluntaria.
Sobre su experiencia con GSD, afirma sonriente: “Ha sido increíble, los profesores muy atentos, he aprendido de todo… Hasta a leer cuentos de una forma distinta. Me encanta mi clase. He conocido a personas maravillosas en el curso y la verdad es que ha sido increíble”.
Leticia estudió Técnica de Laboratorio y quiere hacer Enfermería. Su vocación: los niños. “Te dan mucha alegría. A lo mejor vas con un problema y ellos te hacen relativizar”, confiesa. “¡Estás ayudando a un niño, que es lo más precioso que se puede hacer!”, remata Marisi, absorta en la conversación. No es para menos.
En torno a la mesa estamos con individuos admirables, de los que piensan que siempre hay tiempo para colaborar con los más desfavorecidos. Como David Ruano, madrileño de 19 años que estudia Magisterio de Primaria en Inglés en la Universidad Rey Juan Carlos. Alumno de GSD Las Suertes desde pequeño, hizo el curso de monitor y ha ejercido como voluntario dentro y fuera de GSD, muy ligado siempre a los órganos de participación juvenil en la localidad de Rivas. A su lado se sienta Javier Corchuelo, madrileño de 24 años, que fue a GSD Vallecas, donde hoy trabaja de entrenador de fútbol. El voluntariado lo desempeña en la Asociación Movimiento por la Paz.
Cerrando este círculo de generosidad, interviene Irina Rius, de 18 años, estudiante en GSD Alcalá y ahora en 1.º de Enfermería. Desde que entró en la Universidad en septiembre, pensó en ayudar a los demás como voluntaria. “Antes me lo había planteado, pero tampoco había tenido la oportunidad. Y lo que no se conoce no se puede valorar”. De ahí que recomiende desarrollar cualquier tipo de voluntariado para descubrir qué se siente. En su caso, trabaja por la diversidad social gracias a un convenio universitario. “Me permite tratar diferentes perfiles de gente. ¿Con qué me quedaría? Con el día a día, lo que hablo con las personas a las que ayudo y todo lo que me aportan”.
“Necesitamos reforzar el respeto, la tolerancia y mucha empatía, que falta hace…”
Irina considera que en GSD “te preparan muy bien para todo” y transmiten los valores claves para ser voluntario, fundamentalmente “la empatía, el saber ponerse en la piel del otro”. Porque esto “te tiene que salir de dentro, no puedes apuntarte porque sí; tienes que disfrutar con lo que haces”. Lo corrobora David Ruano, que reflexiona: “Necesitamos reforzar el respeto, la tolerancia y mucha empatía, que falta hace”. Como estudiante de Magisterio, reivindica la “educación en valores”. Sin ninguna duda. Dentro de la red juvenil de Rivas ha interactuado con compañeros de todo el país en reuniones nacionales. “Aprendes mucho. Creo que recibes mucho a cambio. Te sientes reconocido, querido, valorado”.
Y, en este cruce de impresiones sobre distintos voluntariados, ¿en qué consiste la Escuela de Paz de la asociación Movimiento por la Paz donde acude Javier Corchuelo? “Se trabaja el apoyo escolar y el ocio y tiempo educativo con menores en riesgo de exclusión social”, nos cuenta. ¿Y qué aporta? “Lo que me aporta es ilusión. Entro por la puerta y me cambia el día, la mente… No hay días buenos ni malos, sino distintas experiencias. Intento aprender de las dos. Estoy con niños y yo aprendo más de ellos que ellos de mí. Merece la pena. Como no te pagan, la gente no lo entiende porque no lo ha hecho. Si lo haces, lo acabas entendiendo”. Y así sucede, desde luego, cuando uno conversa con Javier, David, Irina, Leticia, Laura o Beatriz.
Sí, acabas entendiendo muchas cosas. El hecho de que un crío con TDH y otro con dificultades de relación interpersonal te regalen su atención y cariño. O que dos hermanos a cuya familia van a desahuciar conserven el brillo en los ojos pese a su drástica realidad. O los conflictos diarios que padecen los migrantes. O el esfuerzo que conlleva atender todo tipo de discapacidad… Acabas entendiendo muchas cosas. “Muchas veces hay que mirar todo desde fuera. Y para hacerse voluntario hay que animar a un amigo, a un familiar. Que vea lo que es y sienta esas emociones que sentimos todos. Y siempre se tiene tiempo para aportar”, sentencia Javier Corchuelo. Todos asienten.